martes, agosto 30, 2005

Deciamos ayer....

En la soledad de mi habitación escribo estas lineas. No es algo que tuviera en mente, es más, si soy sincero, no pensaba escribir hasta iniciarse septiembre. Tengo la sensación de que mis vacaciones empezaron ayer, y he vivido tantísimas cosas que no sabría por donde empezar. Han sido dias inolvidables, donde todo ha tenido un color tan especial que ya nada puede arrebatárme cada momento de mi cabezota. Se me ha pasado todo volando, y ójala, mis superpoderes en vez de ser los que son, fueran diferentes, y así poder hacer que los días tuviesen un millón de horas. Pero no, una lástima. Hoy no voy a contar nada de mi periodo estival, tiempo habrá para ello.
Sin querer me ha venido a la quijotera una historia que un día escuché en una película. Fue en El Lapiz del carpintero de Anton Reixa, basada en la novela de Manuel Rivas. La peli por sí no era nada del otro mundo, llena de topicazos y esas cosas ( no me apetece ahora ponerme a hablar de los típicos topicazos del cine español en cuanto a guerra civil y bla bla, bla bla, bla bla, por unos, y por otros. No va de esto este artículo). Pero digo, en ella un personaje contaba una historia magistralemente contada. De esa forma en la que te quedarías horas y horas escuchando, y esperarías que jamás llegase a su fin.


"Esto no es un cuento", comenzó El Pintor, "sino un sucedido. Y sucedió en Galicia, en un lugar llamado Maroño. Allí vivían dos hermanas, solas, en una casa que daba al mar. Una hermana se llamaba Vida y la otra Muerte. Eran dos mozas guapas, muy alegres, y se llevaban muy bien. Como tenían muchos pretendientes, hicieron un juramento: podían tener aventuras con hombres, pero no se separarían nunca. Y así lo cumplían.
Los días de fiesta iban juntas al baile a un lugar que se llamaba Donaire, adonde iban todos los mozos de la comarca. Para llegar allí tenían que pasar por una marisma con mucho lodazal, así que las hermanas iban con los zuecos puestos y llevaban en la mano los zapatos de bailar para no mancharlos por el camino. Los de Vida eran negros, y los de Muerte blancos, porque, aunque no lo creáis, la muerte calza zapatos blancos.
Pues bien, una noche de invierno crudísimo hubo un naufragio, porque este, como sabéis, es un país de mucho naufragio. El barco hundido se llamaba Palermo, e iba cargado de acordeones. La tempestad hundió el barco y arrastró el cargamento. El mar se llenó de acordeones y los hizo sonar al mecerlos en el oleaje. Aquellas melodías llegaron hasta la costa empujadas por el viento, y las dos hermanas las escucharon desde su casa. Eran melodías tristes, la música de un naufragio.
Por la mañana, los acordeones yacían en la playa del lugar, todos destrozados. Todos menos uno, que encontró un joven pescador. Le pareció que había tenido mucha suerte y decidió aprender a tocarlo. Tocaba tan bien como el mismo océano.
La hermana Vida vio al muchacho tocando en uno de los bailes y se enamoró de él. Se enamoró tanto que pensó que aquel amor por el acordeonista valía más que la promesa que le había hecho a su hermana, así que Vida y el acordeonista huyeron juntos. Muerte se quedó sola, y nunca se lo perdonó a su hermana.
Por eso ahora Muerte va y viene por los caminos, sobre todo los días de frío. Lleva puestos sus zapatos blancos, porque ya digo que la Muerte calza de blanco, y se para en las casas donde encuentra zuecos en la entrada y llama a la puerta para preguntar: ¿sabe usted algo de un mozo acordeonista y de la puta de la Vida? Y a quien pregunta, si no sabe nada, se lo lleva por delante.
Esta historia me la contaron en una taberna. Hay tabernas que son universidades".


Brindo desde aquí por que ojalá estuviera ahí.

Un abrazo para todos vosotros

jueves, agosto 04, 2005

cerrado por vacaciones

Después de una semana de infarto, incluyendo en ésta las propias noches, me piro unos días. Seguro a la vuelta tengo infinitas cosas q contar, aunque solo sea por lo q pienso ver o asistir. Supongo q con vosotros con los q hablo habitualmente os podeis hacer una idea. Ahora estoy terriblemente cansado y solo pienso en despertarme a cientos de kilometros de aquí.
Supongo q podré tener cosas super importantes q hacer, pero bueno, haciendo mías las palabras de Sean ( ya lo hizo en su día el indomable Will):

"Sorry, I had to go see about a girl."


Y eso es lo q en principio haré mañana. Luego, todo se verá, y escuchará también...

Un abrazo bien grande para todos que esteis leyendo estas lineas, nos vemos a la vuelta.

(Os dejo una manzana super gorda, pero de ella y del tio Magritte, hablamos otro día.....)